Un arma en la casa
Se dice que la delincuencia juvenil y hasta infantil que estamos sufriendo tienes raíces sociales profundas que requieren prioridad; que en vez de represión, tenemos que preocuparnos de salvar a los jóvenes de la droga; que la frustración laboral es una de las causas principales de la delincuencia, etc.
Todo aquello es efectivo. Pero también es cierto que vamos perdiendo la tranquilidad de vivir en nuestros propios hogares. Nadie se siente libre de sufrir un asalto, un robo con violencia, un atentado criminal. Los delincuentes no sólo disponen de las armas que arrebatan a sus víctimas, sino que cuentan también con armamento más devastador, que proviene casi siempre del narcotráfico. Y lo saben usar sin contemplaciones. Hasta en los delincuentes infantiles aflora una crueldad impresionante en el trato que dan a sus víctimas.
La televisión suele exhibir a esos pequeños monstruos menores de 15 años que roban, violan, asaltan y matan sin piedad. Y que también afrontan peligros máximos, exponiendo su vida con espeluznante frialdad. Parecieran venir de un mundo en que el valor de la vida ya no cuenta, para ellos ni para sus víctimas.
¿Un arma en la casa? Parece ser la respuesta adecuada ante el aumento de la delincuencia. Pero ese revólver no puede ni debe ser usado por manos inexpertas, sino por conocedores. El poseedor de esa arma tiene que saber usarla y, lo que es fundamental, debe estar dispuesto a usarla contra el agresor. Un arma no sirve para amenazar, sino para herir.
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